miércoles, 14 de diciembre de 2011


Puente pirenaico y primera experiencia con la BTT.

Os cuento brevemente, después de demasiado tiempo sin escribir, como van las cosas.

El entrenamiento bastante bien. Mas o menos cumpliendo, aunque algo corto de carrera a pie y natación, pero de eso se trata que donde yo flojeo mas es en la bici.

Sobre la bici, cumpliendo.

El último episodio, totalmente imprevisto ha sido el pasado viernes de puente.
Como digo, cogí el viernes de puente, y estuve por los Pirineos Aragoneses.
Conocí por allí tomando una cerveza a Juan Carlos y Diego, deportistas aficionados como nosotros, que en seguida me hicieron varias preguntas sobre el Triatlón y el Ironman. Un par de horas después, al despedirnos, me invitaron a hacer con ellos al día siguiente una salida de bici.

A mi la confección de una maletita tipo Ryan Air a mi pesar, no me había dado siquiera la alternativa de incorporar equipaje deportivo. Ni unas míseras zapatillas.
Cuando se lo expliqué en seguida Juan Carlos se ofreció a prestarme todo lo necesario (Gracias una vez mas). Como el mismo me explicó, él y su familia, habían vivido toda su vida sobre dos ruedas. Con o sin propulsión, lisas o con tacos. Pero siempre ruedas.

A mi se me acababan las excusas, y además me apetecía, así que solo faltó que María se uniera a ellos animándome a aceptar.

Así fue como a las 8.00, estaba yo en una gasolinera de Biescas preparado para lo que creía sería un paseito agradable por esas preciosas carreteras de montaña.

Puede que fuera previsible, pero yo que solo tengo bici de carretera, pensaba en una salida sobre asfalto.
Me desayuné con la verdad, la ropa y la bici prestada, y la promesa de que la ruta sería asequible.

Así fue que en unos minutos me estaba dirigiendo a la montaña mas cercana por un camino de piedras que ya se me atragantó de inicio, mientras me acostumbraba a una bici Bici de Montaña.
Ya en los primeros metros tuve que bajarme de la bici, al no haber atinado a quitar el plato a tiempo en una zona de pendiente y piedras.

Me temí darles la mañana a los 5 que venían conmigo.
Quité el plato (además con carácter casi definitivo), y las cosas empezaron a ir mejor, salvo alguna confusión con el cambio invertido de la maneta derecha.

Nos dirigimos por un camino forestal, ancho aunque bastante roto hacía el pueblo de  Yesero, con una subida constante.
Entendí viendo a los demás que aquí se trataba solo de hacer el molinete y tratar de permanecer sentado. Creo que no se notó demasiado que vivo en Sevilla, y que acostumbro a llanear con una bici de carretera durante todo el año, pero por si acaso se lo advertí.

Los paisajes para mi indescriptibles. Esas montañas pobladas de bosque y salpicadas de verde oscuro. De ocres amarillos y rojos, de los árboles de hoja caduca. Con Biescas cada vez mas pequeña al fondo del valle. Era realmente bonito.
Llegamos a un alto, descendiendo a continuación hacia el pueblo de Yesero.
El Yesero, de donde veníamos al fondo
Desde allí enlazamos con la carretera para coger una nueva ruta hacía la ermita de San Bartolomé, que era parecida a la anterior en cuanto a casi nula dificultad. Un carril, algo roto con piedras, surcos, etc, pero ancho y muy asequible.
Me imagino que estuvimos allí otra hora subiendo dirección a la Sierra Tendereña, con dos pequeñas paradas para admirar el paisaje. Ahora el pueblo de Yesero  aparecía a lo lejos en la ladera opuesta del valle.

Cuando por fin acabamos de subir, Juan Carlos dijo:
- Pues ya está. Ahora viene lo divertido.

Y iniciamos la bajada por donde habíamos venido.
"Lo divertido" era tirarse por ese camino roto que habíamos subido durante casi una hora, pendiente abajo a toda velocidad.
Y la verdad es que era divertido, aunque a mi la prudencia de estar estrenando montura, y experiencia off-road, me hacían tirar de freno mas a menudo que ellos, que yo creo que solo lo tocaban en las curvas.
Me fui divirtiendo a pesar de no sentirme como digo demasiado seguro bajando por esos caminos, a veces por encima de los 50 Km/h.
A menudo se me pasaba por la cabeza, que mucha suerte tenía que tener, para que uno de mis "uys" no acabara materializándose en mi primera caída.

Pero no. Llegamos al punto de encuentro fijado, donde desviamos la ruta metiéndonos por un sendero, de entre 1/2 y 1 metro de ancho, técnicamente entretenido para un novato como yo, aunque luego mirando las rutas en internet he podido ver que no pasaban de una dificultad "media".
Yo me lo tomé con calma. Después de mas de 30 km, venía lo complicado y tocaba ser prudente. Quité plato, piñón grande y con paciencia.

El sendero era realmente bonito. Piedras, ramas sobre una alfombra de hierba verde brillante. Todo ello abrazado por el bosque que parecía tener volcada toda su energía en borrar la cicatriz que había trazado ese pequeño camino.

Increíblemente bonito para mi, un urbanita sureño muy poco paseado por naturalezas tan frondosas. Lo que estaba viendo me parecía propio de alguna trilogía sobre magos y anillos mágicos, si se me permite el desliz friki.

Bajada desde la caseta de las Bruxas
Antes de llegar al final de ese tramo, el camino perdió durante un lapso de 100 metros la vegetación para convertirse en cornisa de un metro de ancho, en todo un señor barranco.
Ni que decir tiene que aquí opte por desmontar, no fuera que un error, me hiciera caer al vacío al menos 20 metros antes de poder golpearme con nada sólido.

El final de ese tramo, era la bajada que parte de la caseta de las Bruxas, nombre que me justifica un poco el "frikismo" anterior, y demuestra que algo de mágico tenía el lugar.

La bajada muy entretenida consistía básicamente en una sucesión de terrazas  en pendiente por las que se bajaba la montaña dirección a Biescas. Al final de cada terraza un giro de 180º enlazaba con la terraza siguiente.

Al  principio me detenía en cada giro, pero poco a poco, los iba ya encadenando sin dificultad.
Y así llegué al final. Biescas a solo 500 metros. Tenía que bajar por un camino de piedras junto al Río y ya está. Debí haberme pareado a pensar eso de que hasta el rabo todo es toro, porque precisamente el final se me atragantó.
Confiado en unas habilidades que no tenía, me lancé hacia abajo esquivando las piedras hasta que no atiné con una de ellas. La rueda delantera se clavó cruzada en ella, la trasera se levantó y salí lanzado por encima. Un clásico de las caídas.
Aterrizaje sobre antebrazo y ambas rodillas. Mucho dolor, pero sin consecuencias, mas allá de unos rasguños bien repartidos, y un largo, pero poco profundo corte en la rodilla.
Un peaje barato, que supongo era inevitable pagar, por mi bautismo con la de montaña.
Mas de 40 kilómetros y caerse al final.

La caída ya olvidada con la cervecita, y los torreznos en el Bar, y ya deseando tener oportunidad de repetir.
Y muy agradecido a Juan Carlos y Diego por haberme permitido disfrutar de la experiencia.

Alguna fotos han sido sacadas de la página GPSPirineo, en la que podéis ver algunas de las infinitas rutas de esta zona.
Muy muy recomendable.

Dibujo a ojo de la Ruta seguida.